Eulogio López es uno de los grandes periodistas de España, de estos de pura cepa (independientes y corajudos), ejemplares raros, casi excepcionales, y es director del decano de la prensa digital en España: hispanidad.com, además de persona a la que personalmente debo mucho. Su artículo sobre Cataluña e Irlanda, al hilo de lo que le ha sugerido la lectura de las Impresiones irlandesas, no tiene desperdicio.
Con este librito se estrena como editor Pablo Gutiérrez, que cuenta en su familia con un historial de editores como para quitar el hipo. Y se estrena con la firma de Ediciones More (¡Hala!, chicos, a lucubrar), sello que publica una obra corta, una joyita, aún no editada en España, de un tal Gilbert Chesterton. Su título: Impresiones irlandesas.
Reconozco que al informarme de su significado no me emocioné. Libro de juventud, crónica periodística sobre un viaje a Irlanda, entonces colonia del Imperio británico. Nada que ver con el viaje posterior de Chesterton al Congreso Eucarístico Irlandés, mucho más conocido. Y es que hasta los genios tienen libros menos buenos que sus libros buenos.
Pues bien, sorpresa por todo lo alto: a estas alturas debería saber que Chesterton jamás defrauda. El genio también lo es en sus aparentes obras menores. Impresiones irlandesas no es el Hombre Eterno, pero me he encontrado con un paisaje, en una situación que, salvo en su origen, me ha recordado a Cataluña que, como todos ustedes saben, ya no es una región: es un proceso, o mejor, un problema.
Tenía que ser don Gilberto el único inglés que, como dijera su archi-adversario, y sin embargo amigo, Bernard Shaw, que “nos entendieran a los irlandeses”.
Y en estas me planto para decir que Cataluña e Irlanda son dos historias distintas pero comparables. Distintas porque Cataluña nunca ha sido vasalla de España como Irlanda lo ha sufrido de Inglaterra, pero en algo sí que se parecen: en la razón por la que Madrid no entiende el problema catalán como los ingleses jamás han entendido el problema irlandés.
Dice Chesterton: “Los filántropos, siendo ingleses y socialistas, probablemente confiaban en lo que llamaban organización y desconfiaban de lo que llaman caridad. Se supone que la caridad hace a un hombre dependiente, cuando en realidad le hace independiente, comparado con la dependencia cansina que suelen producir las organizaciones”.
Y concluye el genio. “La caridad da propiedad y, por tanto, libertad”. Porque la caridad, siempre privada, ofrece algo; la filantropía capitalista o la solidaridad socialista, someten al individuo mediante el régimen de alquiler. La clase política nos roba lo que es nuestro para otorgarnos servicios sociales con nuestro dinero.
Y así es. Observen que la solidaridad podemita cambia propiedad privada por prestaciones públicas. Y esas prestaciones públicas son las que marcan la esclavitud del individuo respecto al Estado, es decir, de las personas respecto a los políticos.
Por eso, asegura Chesterton, los ingleses no entendían las peticiones irlandesas como, me temo, los políticos españoles no entienden las pretensiones de autogobierno catalán. Antes de que los imbéciles de la CUP entraran en escena, antes de la proletarización de Cataluña, antes de que el nacionalismo se convirtiera en separatismo, el catalán no quería mandar en Cataluña, quería mandar en toda España, como pretenden todos y cada uno de los españoles de la periferia.
Y no pretenden conquistar la organización española sino expandir por todo el país lo más libre y lo más creativo que existe: el propietario, frente a lo más esclavo que existe: el proletario.
Comprendo que, a estas alturas, con tanto idiota en el neo-nacionalismo catalán y tanto sordo en Madrid, hemos perdido una oportunidad histórica: la oportunidad chestertoniana. Pero no se desesperen: es lo que tienen los grandes principios, aquellos por los que merece la pena luchar.
No, no soy ingenuo: sé que la paulatina descristianización de Irlanda y de Cataluña han reducido ese amor por la propiedad privada, raíz de la caridad, entre irlandeses y catalanes. Pero la única posibilidad es recuperarla.
Pero también, ¡horror de los horrores! Irlanda y Cataluña se descristianizan a marchas forzadas. Es decir, se proletarizan.