Anécdotas de Versalles: Don Quijote en el baile de máscaras

Nicolas Cochin. Masked Ball. 1745

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Versalles es un lugar de tragedia griega. El máximo esplendor, la máxima gloria y la terrible caída. Caer desde tan alto no podía ser de una vez, sino por etapas, con sus golpes y heridas hasta la muerte final: los reyes pasaron de Versalles al viejo palacio de las Tullerías; de allí huyeron hasta ser detenidos en Varennes, después a la prisión del Temple, y de allí al cadalso. El esplendor un lugar como Versalles siempre deja algo de nostalgia, de admiración, de vértigo y de misterio.

Versalles, la corte francesa, tenía una de las etiquetas más complicadas de Europa, por no decir la que más. A título de ejemplo, a cada grado de nobleza le correspondía sentarse en un tipo de silla distinto, según la época del año, y según el palacio en que se hallara. Los embajadores eran recibidos desde el cuarto peldaño de la escalera principal, y se podía generar una trifulca si no se respetaba esta posición. Toda la vida cortesana estaba microrregulada.

G. Lenotre dedicó muchos estudios a Versalles y pocos años antes de su muerte contó una divertida anécdota que refleja la importancia de la etiqueta. Se trataba de un baile de máscaras, en tiempos de Luis XV. Con su hija, la princesa (Madame la Dauphine), solo podían bailar los más grandes señores del reino. Pero el propio Rey, al ver a la princesa bailar con uno disfrazado de Don Quijote y con la cara cubierta con una antifaz de lobo, pidió al marques de Tessé se acercara a inquirir del bailarín quién era. Protegido por la etiqueta que daba derecho al enmascarado a no ser reconocido, dio como único dato que había tenido el honor de servido de cenar al propio marqués en su reciente viaje a Madrid, junto con muchos otros nobles. Su acento español le convenció de ser un importante hidalgo que debió haber conocido en España.

Con esta información Luis XV quedó satisfecho, creyéndolo ser un noble español, pero no así el marqués que tuvo que repasar, una a una, sus cenas durante aquel viaje para ir descartando comensales hasta lograr dar con quién fue el misterioso acompañante de baile de la princesa.

Incapaz de acabar este juego del cluedo se dirigió al cocinero de Versalles, natural de Madrid y buscó con él quien reunía las características de haber servido de cenar en España al propio marqués y poder ser, además, el enigmático acompañante de baile de la princesa. El cocinero conocía esa información de primera mano y la vendió a cambio de una única condición: el secreto sobre la identidad de este personaje que resultó ser, como ya han adivinado, el propio cocinero de Versalles, natural de Madrid.

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