En el mes de febrero de 2016 vamos a organizar, en la Universidad CEU San Pablo, un Congreso sobre Jane Austen. En el seno de la organización del mismo, surgió el tema de las secuelas de las novelas de Austen. Aprovechando esta circunstancia, publicamos un artículo de Chesterton (solo un extracto, para ir al grano) que se publicó en el periódico Illustrated London News (de los USA), el 23 de mayo de 1936, poco antes de su muerte. Se titulaba “Rewriting our novels”, pero lo traducimos libremente por
“¿Quién asesinó a Lady Catherine de Bourgh?”
“Podríamos encontrar un claro ejemplo de este tipo de inversión en Jane Austen. Esa maravillosa comedia, “Northanger Abbey”, gira alrededor de la idea de la heroína que sospecha hallarse ante el misterio de un asesinato, encontrándose después con que se trata solo de una casa rutinaria y moderadamente graciosa. Sería divertido escribirla al revés, de modo que ella pensara, inicialmente, que se trataba solo de una casa rutinaria y descubriendo después que había, de verdad, un asesinato misterioso. Por mi parte, confieso que cerré el libro con dudas siniestras y persistentes sobre el general Tilney, ese hombre tan descorazonador, y sin necesidad de exhumar el cuerpo de su esposa, no puedo desembarazarme de la idea de que, al final y al cabo, fue él quien la mató. Pero la mente se resiste a conformarse con el sabido melodrama de Northanger Abbey; o a seguir mansamente la irónica sugerencia sobre las memorias de la desdichada Matilda. Más divertido aún sería trasladar la atmósfera del crimen a las otras novelas más sosegadamente realistas de Austen. “Persuasión” sería un buen título para una novela de asesinato; especialmente para aquellas que tratan de terrorismo y tortura; y podríamos detenernos a considerar una delicada cuestión, ética y psicológica, en relación a si un crimen verdaderamente cruel hubiera de ser el resultado del “sentido” o de la “sensibilidad”. El problema que suscitaría “Orgullo y prejuicio” es bastante obvio. Lady Catherine de Bourgh es asesinada. Nadie la aventajaba en posición social. Los presentes se sintieron aliviados cuando abandonó, la primera, el salón en que estaban reunidos. En todos los sentidos, los personajes parecen haber sido hechos para una novela de detectives, del tipo más antiguo y melodramático. La primera sospecha se cierne, por supuesto, en Mr. Darcy (que era, si no recuerdo mal, el sobrino y heredero); una figura solitaria, oscura, bastante impopular por su habitual insociabilidad y su arrogancia inhumana. Sí, la primera conjetura del primer detective consistiría imputar el crimen a Mr. Darcy; posiblemente ayudado, o entorpecido, por Mr. Bingley, como cómplice reacio o indeciso. Gozaríamos con las escenas en las que la policía interroga a Mr. Bennet, cuyas sarcásticas respuestas crean en el detective la duda razonable de si Mr. Bennet cometió el crimen o se arrepiente de su negligencia por no haberlo cometido. La justicia poética quedaría colmada si encontrásemos que, al final, las huellas del crimen nos conducen hasta Mr. Collins, que se rebelaría, así, contra una vida humillante y servil; pero me temo que, en cambio, lo que no quedaría colmada sería la prosaica veracidad de Ms. Jane Austen.
Es obligación nuestra tener esperanza y rezar por las almas inmortales de los hombres, pero, a la vez que desechamos el determinismo detestable de Calvino, albergo la humanamente razonable duda de si Mr. Collins podría llegar a alzarse tanto en la escala moral como para ser un asesino. Aun así, preferiría que el crimen lo cometiese Mr. Collins antes que Mr. Wickham, que es la figura más cercana al villano de las que aparecen en la obra. Mr. Wickham flota por encima de nuestras cabezas con un aire superior de frivolidad y engaño, como un elfo; no podría ser castigado como criminal, salvo quizá, como una especie de carterista aéreo, lo que encajaría con el eufemismo del “ladrón de guante blanco”. Ese guante blanco no sería adecuado para la desagradable tarea de estrangular a Lady Catherine de Bourgh. Esas manitas no estaban hechas para arrancarle sus augustos y torvos ojos. En cualquier caso, por lo que a mí respecta, no sé quién mato a Lady Catherine de Bourgh; más aún, sería exagerado por mi parte aparentar autoridad para afirmar que fue asesinada. Pero hay tanta evidencia para afirmarlo como la hay para mantener un buen número de teorías sobre la evolución, el origen de la moral, estudios de religión comparada y descripciones del hombre prehistórico. Simplemente se me pasó por la cabeza, que parece ser base suficiente para lanzar prometedoras hipótesis científicas. Puede que a algún psicoanalista le dé por reescribir novelas y nos muestre que la aparente debilidad de Mrs. Bennett ocultaba un subconsciente violento o un sadismo psicótico que tarde o temprano acabaría en un baño de sangre”.